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Las
manos de uno de los hombres se posaban en la garganta de K. mientras el otro trataba de
inmovilizar las convulsiones de su cuerpo tendido sobre el asfalto. Prefería no
tener que hacerlo, pero los ecos de sirenas que llegaban desde el distrito
norte, me apremiaron a evitar riesgos. Apunté a la cabeza del primero y
disparé. Desvié la mira telescópica hacia el otro hombre cuando trataba de
arrastrarse bajo una furgoneta y le impacté en el corazón, atravesando su
clavícula izquierda. Me volví de nuevo hacia K. y esperé. La sangre manaba cada
vez con menos fuerza del orificio de bala abierto en su garganta, la marca de la casa. Cuando llegaron las patrullas, se encontraron con tres cadáveres:
dos inocentes samaritanos y un maldito soplón.
Este microrrelato participó sin éxito en el IV Concurso de Microrrelatos Getafe Negro