Le tocó ser el mayor de cuatro hermanos en un
entresuelo de barrio obrero. La extrema juventud de sus padres combinaba la irresponsabilidad
con las ganas de diversión, por lo que en muchas ocasiones la salida del
trabajo se convertía en el comienzo de una larga noche de fiesta sin pasar por
casa. Las resacas traían consigo castigos injustificados. Aprendió como pudo a
cuidar de los niños, olvidando que él era uno de ellos. Su semblante acusaba el
abandono y la falta de muestras de cariño. Nunca sonreía. Una de tantas noches
a solas con sus hermanos, se le ocurrió, como entretenimiento, inventar un
cuento donde los protagonistas fuesen ellos. A sus cinco años logró que su
pequeño auditorio estallase en carcajadas por las ingeniosas ocurrencias que
brotaban de su mente. Aquel hecho determinó su vocación.
Su escaso imaginario pronto se vio enriquecido con
algunos cuentos clásicos en ediciones troqueladas, que él adaptaba a su antojo.
Después vinieron a echarle una mano Samaniego, Andersen, Perrault, los hermanos
Grimm y muchos otros, hasta que fue capaz de recrear mundos propios. Decenas de
cuadernos manuscritos recogieron sus relatos fantásticos. Le gustaba escribir, sin
duda, pero el papel no le pagaba con sonrisas y decidió convertirse en
cuentacuentos. Dedicó su vida a recorrer el mundo sin más equipaje que la creatividad,
para llevar al mayor número posible de niños la ilusión a través de un cuento.
De tanto contar fábulas se le gastó la voz. Yo
tenía seis años cuando un cáncer de laringe le trajo de nuevo a casa. Así
conocí al abuelo de las fotografías. Mientras la enfermedad se lo permitió,
continuó escribiendo pequeños relatos que luego yo leía en voz alta. Llegó un
día en el que dejó de escribir. Le noté tan apagado y triste que decidí
inventar mi primer cuento, y que él fuese el protagonista. Me daba tanta vergüenza
que mis padres pudieran oírme, que se lo susurré al oído. No tengo claro si a mi
abuelo le gustó mi historia, si trató de dar un final feliz a su vida, o si una
cosa llevó a la otra. Lo cierto es que exhaló su último aliento a través de una
amplia sonrisa.
Aquel hecho determinó mi vocación.